Un año más de Julio Ramón Ribeyro

El 31 de agosto, Julio Ramón Ribeyro hubiese cumplido un año más de vida. Cuando empecé a leerlo, no me importaba (era un niño irreflexivo) si el autor de lo que leía estaba vivo. Un tomo anaranjado con las esquinas en mal estado y hojas que se desprendían de la pasta fue el primer contacto que tuve alguna vez con la literatura.

Tal vez por eso es que constituye todavía uno de mis puntos débiles a la hora de elegir cuentistas. Es imposible no recordarlo y agradecerle haber conocido, gracias a él, algo más que la literatura. Pero recordé, sobre todo, las pequeñas prosas que publicó en 1975 bajo el título de Prosas apátridas.

Una de sus prosas apátridas explica la teoría del «error inicial». Utiliza, para tal explicación, la imagen de un guardagujas que cambia una sola de las vías del tren. Al hacerlo, aunque no se cambie de dirección otra vez en el resto de la ruta, el camino es por completo diferente. El error inicial es el cambio mínimo en la ruta en el que nos gusta pensar como origen de los problemas. Por eso es una teoría: pensamos, así como Zavalita preguntaba en qué momento se jodió el Perú (en qué momento habían cambiado la dirección del viaje), cuándo cometimos el error inicial.

El primer cuento que leí de Ribeyro fue Fénix, una de aquellas piezas que pocos críticos colocarían en una antología del hombre de Santa Cruz, pero de la que, hasta ahora, no puedo desprenderme. Muchas de las escenas que leí por primera vez se referían al sexo entre la trapecista y el dueño del circo. Recuerdo con cariño que ella, contorsionista también, al fin y al cabo, ejecutaba para su amante «la araña». Puedo equivocarme con ese recuerdo, tal vez haya sido algo distinto en «Fénix», pero esa imagen me cambió.

Lo poco que sabía yo del sexo a los nueve o diez años se duplicó esa tarde en que abrí, como sugieren que se haga con los libros de oraciones para agradecer a Dios, el libro anaranjado en cualquier página que los dedos me indicaran. La señal divina me dejó en el espionaje de Fénix, el protagonista del relato.

La imagen, recuerdo, era todavía ambigua para mí por lo que desconocía sobre las diferentes posturas amatorias, incluso al terminar el cuento. Leí el libro desde el comienzo para entenderlo. No lo logré.

Sin embargo, conseguí imaginar muchas cosas de una naturaleza que hasta ese momento no me había atrevido a imaginar. Crecí antes de tiempo gracias a Fénix. Lo que más recuerdo es lo sexual, claro, por mi personalidad muelle, pero, si me dejan ampliar, confesaré que en el camino aprendí algo más sobre los personajes que retrataba el escritor miraflorino. Como Fénix, me sentí, en todo el libro, un enano vouyeur de vidas diversas y difíciles. La contemplación me aportó una certeza: la existencia de esas vidas y sus vicisitudes.

Con respecto al «error inicial», Ribeyro termina explicando que da igual cuál sea la ruta que tome el tren. De todas formas, al viajante no lo espera nadie, será expulsado del vagón y no llegará a su destino.
Agradezco, desde mi condición de lector, a ese guardagujas.



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