Aun cuando las primeras manifestaciones de la literatura son anónimas (lo decimos por Homero, lo decimos por las tradiciones orales y los mitos, que tal vez no sean consideradas “literatura” en sentido estricto si atendemos a ciertas perspectivas teóricas), el mundo actual enfoca los lentes de las cámaras en los escritores. En las reuniones que organizan los doctores en letras, se suele preguntar por el «último de Roth» (que descanse con la paz que merece) o «ese libro de Houellebecq en el que…». El premio Nobel se dedica a una trayectoria que, a su vez, está vinculada a cierta notoriedad del autor, a su influencia como ‘voz de una generación’, a la coherencia de su obra. Es decir, el primer punto de referencia es el nombre del autor, la importancia del escritor y su identidad.
La velocidad del pánico es una novela sobre escritores. Lo son S y Tonino, personajes principales y narradores. Lila, otra presencia importante, también escribe. Sin embargo, ella lo hace como un medio para su verdadera afición, la pintura. Nos encontramos frente a una panoplia de personajes vinculados a la creación verbal.
Sensación del ambiente
El mundo en el que viven estos personajes no tiene un referente real. Por más que lo intentemos, será vana la búsqueda en el mapa de la ciudad representada. Lo mismo puede asegurarse del tiempo. Este tampoco es distinguible. ¿Usa S un iPhone 5 o un Tango 300? ¿Cuenta Vurgolz, el manicomio mencionado en la novela, con internet inalámbrico? ¿Tonino podía conectar la radio del auto a Spotify (la novela, por cierto, ofrece acceso a una lista de reproducción en esta plataforma, suerte de banda sonora relacionada)? No lo sabremos y no importa. Lo que importa es la literatura. La reticencia de elegir un lugar específico ayuda a construir un universo en el que la literatura es relevante.
Sentimos la obligación de explicitarlo: el mundo contemporáneo y el contexto peruano no consideran importante este fenómeno estético. Es un producto a la venta, como un jabón. No obstante, este último es indispensable. Digamos, entonces, que es como una bolsa de papas fritas.
La literatura y sus gestores enfermos
No sucede de esa manera en la novela. Esta parece una esfera de nieve. Ahí, la escritura y la lectura representan un eje fundamental. Los más importantes terminan siendo, incluso considerando ese punto, los escritores. Nos referimos a ellos como personas. En el libro, podemos observar sus obsesiones y todo aquello que los hace seres enfermos de literatura. Esto último podría recordarnos a algunos personajes de Vila-Matas. Es distinto, a pesar de ese aire de familia, el tono en que esta enfermedad infecta la vida de cada uno en esta ciudad sin nombre. El síndrome que los afecta no les provoca una continua referencia a pasajes literarios, como sucede con los protagonistas del barcelonés. En cambio, son miedos, desprendidos ya de literatura y ahítos de pasado, los que surgen como los cabellos que no quieren pasar por la cañería hacia el desagüe y quedan flotando. Lo que importa son los efectos de la literatura en los seres humanos.
Manejo de tensión
Esa persistencia también se expresa en la forma. El final de cada capítulo ha sido confeccionado con el oficio de un guionista de series. Mantiene la tensión interrumpiéndola. De esa manera, nos quedamos con una imagen hasta que, varios capítulos después, recién se retoma la intriga. No sucede de forma cronológica. El nudo no encuentra un desenlace aflojado. La cuerda nos lleva a otro nudo y el lector debe participar para intuir qué sucedió entre punto y punto.
Mientras nos invade esa angustia por saber qué sucedió con el escritor S, si fue él quien realmente asesinó a… o si Lila entiende lo que ha pasado con su querido… o si someterán al desdichado a una terapia electroconvulsiva, cada una de estas historias teje una historia mayor en la que importa más la parte humana de los escritores. Las novelas, los libros de cuentos o poemarios, y la crítica son solo disparadores para afecciones y rencores.
En ese sentido, el lector olvida, junto a la novela y a sus protagonistas, los textos que estos escribieron. Tal vez no sea correcto decir que los olvida. Más bien, los considera «parte» de sus autores. Son estas personas las que interesan, al final. Los libros, como unidades autónomas, han dejado de importar. En ese sentido, La velocidad del pánico, esa esfera de nieve, nos recuerda un aspecto de la realidad, la casa en la que es un adorno que remite a un universo polar.
Sobre el libro:
Flores, Stuart. (2018). La velocidad del pánico. Lima: Narrar. 171 pps.