El acrónimo Oulipo estaba formado por tres palabras. La Ou abreviaba ‘taller’ (en francés, ouvroir), Li se refería a ‘literatura’ y Po provenía de ‘potencial’. Dicho grupo, al que poco a poco se adhirieron distintas figuras de la intelectualidad francesa, ya fueran escritores, periodistas o matemáticos, se preocupaba por hallar métodos de composición en forma de limitaciones. Un ejemplo de tal es el lipograma, procedimiento consistente en la escritura de oraciones que no pueden contener determinada letra, plan que ejecutó Georges Perec en La disparition, novela en que se ausenta el vocablo ‘e’. Ese es un caso entre los muchos que Oulipo propuso como maneras para limitar (y potenciar) la creación literaria. Tales métodos son evidencia de creación a partir de la forma. Los miembros de Oulipo pensaban que, a partir de las limitaciones impuestas, la creatividad se veía impulsada, no mermada, como podría pensarse por la naturaleza de los ejercicios.
Ahora bien, podría considerarse innecesario consignar esos datos, sobre todo en un tiempo en que es posible conseguirlos nada más buscando en Wikipedia. Pero el título contiene un «por qué» y esa constituye la duda a la que buscamos dar forma para entender cuál es la necesidad de Oulipo en los tiempos literarios que vivimos.
La atención a la forma es necesaria frente a la crítica que se realiza actualmente de la narrativa, la cual se dedica principalmente a la valoración del contenido. Así sucede con libros (esos que, conformes con la moda, algunos lectores han convenido llamar «autoficción» (?)) que son ponderados a partir de ser sinceros en la exposición de su contenido. Verbigracias, el criterio a medir en el caso de muchas novelas que versan sobre la figura del padre del autor es la valentía del mismo para revelar todos sus defectos o desaciertos sin dejar de considerar su dimensión humana. Lo mismo sucede con las miríadas de novelas ambientadas en la época del conflicto armado o en un tiempo posterior que sufre los efectos de ella. Recuerdo que muchos críticos desdeñaron, en su momento, a una novela premiada que se ocupaba del tema por diversas razones, todas dignas de ser consideradas, salvo una, que, en mi opinión, podría ser cuestionada: exigían que una novela referida a la época del terrorismo «reflejara» lo que sucedió realmente. Cuestiono ese argumento: ¿por qué la literatura debería «reflejar» o incluso representar los hechos históricos con fidelidad?, ¿no se valora la distorsión de la misma, la deformación?
Huelga recordar que, en todos los casos, la dimensión formal o lúdica de la literatura queda en el segundo plano, como si ella, en sí misma, fuera descalificadora de una novela. De ahí la necesidad de Oulipo: la importancia de jugar con la forma nos devuelve la relevancia del aspecto que muchos olvidan debido a una lectura dedicada a ponderar contenidos y buscar verdades en lo que leen, así se trate de literatura: el aspecto del juego con las palabras, rubro tal vez soslayado por la intención de observar la escritura como un ejercicio demasiado serio, a través del cual se llega a la verdad. Sí, tal vez se llegue a alguna verdad (aunque tal concepto no deje de ser problemático), pero es evidente que se arriba a ella gracias al lenguaje. Gracias al lenguaje.