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La primera impresión que se obtiene al leer La vida instrucciones de uso (1978) y Tommaso y el fotógrafo ciego (1996) es que ambos comparten los elementos básicos. En los dos aparece un edificio y la intención de retratar a sus ocupantes.
Quien las leyera con mayor atención, llegaría a la conclusión de que, además de esas características evidentes, subyace una mucho más profunda: en ambas novelas se trata la fugacidad, lo efímero de los intentos humanos, de los objetos, del mundo.
En Perec, tal idea se desarrolla, por ejemplo, gracias a la metáfora del rompecabezas. Esta se exhibe en la historia de Bartlebooth, millonario que es, de alguna manera, el protagonista de la novela. Él opera de la siguiente manera: viaja a distintos puertos y los retrata con pincel. Envía las pinturas a Winckler, un empleado, quien vive en París durante todo ese periplo. Él transforma los cuadros en rompecabezas. Bartlebooth regresa, al terminar su viaje, al edificio parisino. Una vez allí, empieza a resolver cada puzle. Al hacerlo, consigue una pintura íntegra que destinará, al final, a la destrucción. Se trata de una empresa vana. En la novela de Bufalino, la temporalidad se exhibe gracias a la naturaleza de la ficción en la novela. Todas las historias que empiezan no encuentran final real, porque este es reemplazado por la voz del narrador, quien desmiente la naturaleza verdadera de cada una de ellas, hasta el punto de afirmar que son ficcionales.
La forma en que se realiza el retrato del edificio y quienes residen en él es, sin embargo, diferente en cada caso. Perec realiza una operación «hacia afuera» de la estructura. Aunque sus descripciones versan sobre lo que se aprecia en cada departamento del edificio de Simon-Crubellier, la mayoría de las historias se refieren a lo que sucedió en el pasado, al vínculo de los objetos con la Historia Universal a partir de la historia particular.
Bufalino, por su parte, realiza una operación «hacia adentro» de la estructura. Eso lo hace porque, en su novela, el desarrollo psicológico del narrador es importantísimo. Este, homodiegético, requiere que su voz sea más que eso, que realmente adquiera una personalidad desarrollada a lo largo de la novela. A eso agrega un ingrediente: el cuestionamiento de lo que cuenta, al punto de desprenderlo de su credibilidad. Para lograrlo, en los capítulos finales, escapa a su propia invención y confiesa, contra su voluntad, la naturaleza de lo que ha contado. Más allá, incluso, está la realidad, que se revela en el último capítulo, y que se mezcla con la ficción. De esa manera, dota a la novela de extrañeza en cuanto a los límites entre ambas.
Por las razones detalladas, se puede afirmar que ambas novelas comparten un aire de familia, pero consideran distintas particularidades que las distinguen entre sí y las convierten en artefactos ficcionales singulares.